Inaugurar un nuevo año es algo así como traspasar una suerte de límite invisible, un umbral, un puente que conecta el pasado al futuro y es, por lo tanto, un viaje en el tiempo. Los minutos que preceden al año que comienza amontonan a la velocidad del rayo imágenes, sensaciones y recuerdos sobre nuestra espalda y experimentamos el abismo que supone la muerte aparecida como una película de cine mudo. Acto seguido suenan las campanas y nos situamos en el presente, un presente precipitado y breve que nos llena la boca de deseos y granos de uva, de monedas en el zapato, de amuletos y supersticiones que nos protegen cual guerrero en la travesía del puente colgado en mitad del vacío que se anuncia. Luego, con un golpe seco el puente se rompe y nos vemos escupidos al otro lado, desnudos, cubiertos de sangre, con los ojos entrecerrados. Y renacidos en el futuro reímos, lloramos, gritamos, nos besamos, chocamos copas e intentamos comprender a dónde hemos llegado. Al 2014. Al futuro. Somos viajeros en el tiempo. ¿Y dónde está el presente? En el seno de los actos extremadamente conscientes. Así pues, pedir deseos tiene el potencial de convertirse en uno de esos actos, esos rituales de la consciencia.
Por estas fechas, las que preceden y siguen al umbral del año que termina y empieza, desde Tradel Barcelona, ubicado en corazón del barrio de Gracia, observamos pasear a los viandantes con sus deseos íntimamente anudados a la bufanda, escondidos en el sombrero, bajo la solapa o en el fondo del bolso. A través de los ventanales que dan a la plaza de la Virreina podemos sentir el frío que roza la piel y cala en los huesos de todos ellos, pero no consigue vencer la tenacidad de los anhelos que, una vez al año, quizás tendrán la oportunidad de dar a luz. Los viajeros en el tiempo piensan, desean y hablan en idiomas dispares. Algunos son bilingües, trilingües o cuatrilingües; esos aprovechan para pedir en todas las lenguas, intentando adivinar cuál será la más apropiada para cada aspiración. Otros se entretienen combinando letras y sonidos en pos de la clave perfecta, aquella que abra la puerta que todo lo concede, como quien se desvive por descifrar el número ganador de la lotería antes de jugar. Pero los deseos, probablemente porque se pronuncian en la intimidad del susurro, de la palabra callada o de la ante-palabra, todavía no entienden de idiomas. El deseo es una especie de burbuja que nace en el centro del corazón, se expande, contagia a los pulmones, sube cosquilleando la garganta como un globo de pica-pica y recorre la lengua, el paladar, los dientes, el puente, hincha la boca y sigue subiendo hacia la nariz, los oídos, los ojos, el cerebro, presionando el límite de la coronilla. Y en ese instante no queda más remedio que entreabrir los labios, lanzar una pequeña exhalación y entregarla al mundo, esperando que caiga en buenas manos.
Pedir deseos es un acto consciente, pero para que se cumplan deben ir ligados a una firme convicción interna. A un saber convertirlos en materia, a un poder redirigir la energía, a un aprender a esculpir en el aire, a una suerte de fe. Los deseos no se cumplen por arte de magia, así como la inspiración, como decía Picasso, tiene que encontrarte trabajando; debemos ayudarlos a nacer, acompañarlos hasta el final, seguir creyendo en ellos en la luz y en la oscuridad, andar con ellos bajo la lengua el tiempo necesario.
Los deseos no son una nimiedad, ni un juego de niños; los deseos somos nosotros, son un reflejo de nuestra esencia en el aquí y ahora, una especie de radiografía inasible.
Inaugurar un nuevo año, pues, no es tarea fácil. A veces produce vértigo, a veces miedo o pena, otras excitación, otras estrés. Pero sobre todo es siempre una oportunidad para reencontrarse, renacer, redibujarse, redefinir proyectos y reconducir deseos que se han quedado a medio esculpir.
Desde Tradel Barcelona os deseamos un feliz 2014, un feliz viaje en el tiempo.
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By: Lenguajes (II): El umbral de los deseos » Ari Ann | Wire on enero 9, 2014
at 8:17 pm