En el mes de diciembre de hace un año comencé a escribir esta columna. Otro año ha pasado volando y como casi siempre la Navidad ha llegado demasiado rápido, sin preaviso. El frío esta vez se ha visto superado por la batalla de anuncios sobre felicidad, bondad, deseo y cómo ser buenos padres en una sociedad consumista. El valor de las pequeñas cosas está de moda. ¿Lo está?
El otro día volví a ver Smoke (1995, Wayne Wang – Paul Auster), uno de mis primeros sabores de buen cine –por aquel entonces tenía doce o trece años–, de esos que te insertan en la piel un chip de “devorador de historias hasta que la muerte nos separe”. Y me dejé embelesar de nuevo por las actuaciones de Harvey Keitel, William Hurt, Stockard Channing (eterna Rizzo de Grease), Forest Whitaker, un joven Harold Perrineau Jr. (Romeo and Juliet, Lost), una irreconocible y brutal Ashley Judd, un todavía más irreconocible Giancarlo Esposito (Gustavo Fring de Pollos Hermanos en Breaking Bad) –sólo por el tonto detalle de descubrir en qué papel aparece Esposito vale la pena revisar el film–, y una ración inumerable de fantásticos actores secundarios. Volver a ver Smoke me sirvió para disfrutar como una niña igual o más que antaño de la esencia del buen cine, del arte de contar historias, del valor de los secretos, las mentiras, los hurtos (ingredientes inherentes a la ficción), descubrir a Gustavo como quién descubre a Wally y recuperar de mi memoria la escena del cuento de Navidad con Harvey Keitel (Auggie) y William Hurt (Paul Benjamin, por cierto, pseudónimo real utilizado alguna vez por Paul Auster).
No sé por qué, cuando pienso en Smoke la recuerdo en blanco y negro, y sólo hay una escena, la última, la ilustración del relato de Harvey Keitel en el momento de los créditos con banda sonora de Tom Waits. Eso me hace pensar que no había olvidado del todo el cuento de Navidad de Auggie, si no que me había marcado tanto que había teñido la película entera de blanco y negro en mi memoria.
La escena en que Auggie (Harvey) relata dicha historia a Paul (William) mientras comen en la cafetería es la culminación de los secretos más grandes e invisibles que suceden a lo largo de esta película. Es éste un plano en el que no aparece nada más que ellos dos comiendo, mientras Auggie relata los hechos de inicio a final. Paul le escucha atento. A medida que avanza la historia los planos se centran en los labios “del que cuenta” y los ojos “del que escucha”. La interpretación natural y subliminalmente intensa de los dos actores se ve reforzada por la química que hay entre ellos y por una pasmosa profundidad de mostrar las cosas como son, a través de gestos, miradas, sonrisas y silencios que hablan mucho más de lo que están contando.
El cuento de Navidad de Auggie relata el modo en que obtuvo la cámara de fotografiar con la que desempeña su proyecto vital secreto, aquel que le toma cinco minutos rigurosos al día, ese que decide mostrarle a Paul Benjamin, escritor en crisis creativa y cliente habitual del estanco: un álbum de fotos en el que todas las fotos son la misma foto y ninguna es igual a la otra. Nuestro personaje dedica cinco minutos al día a su obra, que consiste en fotografiar, bajo el mismo encuadre, la misma esquina de Brooklyn, la esquina en la que está situada su tienda de tabaco, “su esquina”, su punto de vista rutinario y vital. Cada día hace la misma foto a la misma hora. Y nunca se revela la misma imagen. El movimiento de la ciudad es incesante y siempre cambia.
El cuento de Navidad de Auggie relata el origen de su misterio más preciado, el de la joya que esconde en su mirada, tras una aparente coraza de hombre común. En la mirada, en el corazón de Auggie se esconden paisajes insospechados y revelan que nada es lo que parece. Todo Smoke revela que nada es lo que parece y es una de las cosas que más me gusta de la película: todo es inesperado y sorprendente. Revela una infinita cadena de ínfimos y secretos giros que nunca cesa. Lo contrario a una clásica película de acción del cine actual, en la que se relatan grandes acciones que hacen mucho ruido y que nunca sorprenden. Smoke es silenciosa y latente. No te esperas nada y todo sucede. El gran misterio de la vida está ante los ojos de los personajes; ante los nuestros. Todos los personajes están descritos e interpretados con una gran profundidad y sensibilidad psicológica. Y también muestra muy bien aspectos de la contradicción humana: Auggie, dentro de su relato, ficticio o verdadero, desempeña una de las más bellas acciones de bondad navideña a través de la mentira y el hurto.
Smoke nos habla de la mirada. De la contradicción. De la fe en la bondad humana.
Nos hace creer en el cine. En la literatura. En la música. En la vida. Nos hace tener ganas de observar, de desentrañar los códigos ocultos de las cosas, de reflexionar, de ser conscientes del silencio, de cuidar la privacidad y las pequeñas cosas que amamos, de buscar nuestro espacio, nuestras raíces, de ser generosos y de echar una mano a nuestros amigos cuando lo necesitan.
Películas como esta, más allá de su indiscutible valor cinematográfico y artístico, deberían de ser pilares de la educación de nuestros hijos.
Más Smoke y menos anuncios de Navidad de Ikea.
Desde Tradel-Barcelona, con amor.
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By: Lenguajes, Diciembre: Más Smoke y menos anuncios de Navidad de Ikea - Ari Ann | Wire on diciembre 30, 2014
at 4:48 pm