Este verano me gustaría conseguir un billete a momentos concretos de las vacaciones estivales de mi infancia y adolescencia. Y quedarme allí unos días. Sin tener que ocuparme de nada más que de mí misma.
Por aquel entonces, en muchas ocasiones sentía que estaba encerrada en las decisiones de otras personas, sin poder estar con quién yo quisiera ni dónde yo quisiera. Pero una vez aceptaba esa situación, tenía el tiempo necesario para hacer lo que quisiera, sin que nada ni nadie me molestara. Podía leer, escribir, pensar, imaginar durante horas. Tenía tiempo para construir un universo en el que me sintiera satisfecha, realizada. Y allí pasaban muchas cosas. Las cuestiones mundanales no me interrumpían, porque no dependían de mí. De mí no dependía tener o no tener vacaciones. De mí no dependía tener o no tener dinero para las vacaciones. De mí no dependía decidir qué hacer con mis vacaciones. De mí no dependía casi nada. O por lo menos así me lo parecía. Las vacaciones eran un espacio muy largo, un vacío lo suficientemente ancho que me permitía desintoxicarme de mí misma, anularme y volverme a crear según lo que quedaba de esencial tras el letargo. Las vacaciones eran una parada de oruga, no por decisión propia, pues en aquel momento quizás hubiera preferido ir a lugares en los que conociera a más gente de mi edad, tener más aventuras, más acción, pero que calaron hondo en mi forma de ser, de hacer y creo que por eso ansío hoy esa parada de oruga, tan larga como la naturaleza lo pida, tan silenciosa como dicte el ruido, tan lejana como marquen los pasos.
Quizás en el fondo por ese motivo para mí las vacaciones han acabado siendo sinónimo de transformación. Una transformación que combina un largo silencio, un largo aislamiento con atisbos de una aventura a lo desconocido.
Y me gustaría mucho volver a sentir esa sensación, desde hoy mismo.
Sentir, desde ya, que nada ni nadie depende de mí.
Sentir que soy absolutamente libre de hacer lo que quiera, en todo momento.
Sentir que el tiempo no existe.
Sentir que tengo todo el tiempo del mundo.
Sentir que no tengo ni idea de lo que puede pasar mañana.
Sentir que a la vuelta de la esquina me espera una aventura maravillosa.
Sentir que todo lo que me rodea tiene un secreto oculto.
Sentir que en el fondo del mar están las verdades más ocultas.
Sentir que ni los libros ni la música no se acaban nunca.
Sentir que la naturaleza es mi casa.
Sentir que los gatos y los pájaros son mi casa.
Sentir que hay un camino muy largo y muy emocionante por recorrer.
Y así, desde este estado, os deseo, junto con Tradel Barcelona Traductores Jurados y Técnicos, unas felices vacaciones. Unas vacaciones en las que podáis enfrentaros a vosotros mismos para volver a casa en septiembre como nuevos. Lejos de los teléfonos, lejos de las interrupciones constantes, lejos de toda la información que nos aleja de nuestros deseos más íntimos, de todas esas necesidades impuestas que nos desvían de nuestras necesidades reales. Lejos de todo lo que nos hace olvidar quienes somos. Unas vacaciones auténticas y transformadoras, llenas de vivencias, de viento y de sal. De noches inesperadas y descubrimientos repentinos. De muchas risas y reconciliaciones. Qué mejor momento para vivir lo que sea con toda la intensidad del momento. Hagas lo que hagas, vayas donde vayas, bon voyage!
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