La fiesta de Halloween es un ejemplo claro de americanización de nuestra propia cultura. Cada año, cuando se acerca el Día de Todos los Santos, renace el debate sobre qué tradiciones deberíamos celebrar. A menudo, se muestra públicamente rechazo a la imposición de costumbres extranjeras que se ponen de moda por el mero interés comercial de multinacionales que pretenden aumentar sus ventas.
Según la cultura festiva anglosajona, la noche del 31 de octubre se celebra Halloween, también conocido como la Noche de las Brujas, noche en la que la gente se disfraza, se cuentan historias de miedo, se van a visitar casas encantadas y, en general, se avivan los tabúes sobre el mundo de los muertos y sobre los fenómenos paranormales. De origen celta, esta fiesta pagana tiene su versión cristiana en la celebración del 1 de noviembre, día en el que se recuerda a los familiares y amigos ya fallecidos, eso sí, sin disfraces ni calabazas con sonrisas maliciosas.
En Cataluña, sumándose a la tradición cristiana, durante el Día de Todos los Santos o en su vigilia es tradicional que se celebre la conocida castanyada, en la que se comen castañas hechas a la brasa, boniatos y panellets, unos dulces hechos a base de una pasta de almendra y otros ingredientes como piñones, chocolates y confituras. Junto con las setas, estos alimentos son los más representativos del otoño en Cataluña y la celebración de la castanyada es todo un placer para el paladar. De hecho, en la capital catalana, durante esta época del año, aún se instalan pequeñas casetas en las que se tuestan las castañas y boniatos y se venden en paperinas de papel de periódico. Una auténtica reminiscencia de una Barcelona antigua que aún aguanta las embestidas de la globalización.
Pero, ¿cómo decirle a un adolescente o a un joven que ve todas las series americanas en las que hay especiales de Halloween que no celebre una fiesta que a priori le puede parecer más divertida que no una simple reunión gastronómica? Una de las más conocidas series cómicas catalanas emitida por TV3, Plats Bruts, hace ya una década mostraba, en uno de sus capítulos, una disputa entre dos compañeros de piso, uno muy tradicional y el otro amante de la cultura anglosajona. En ese capítulo, a parte de una tenebrosa trama de misterio, al final, los protagonistas e invitados celebran la vigilia del Día de Todos los Santos entre castañas, panellets y decorados con calabazas, murciélagos y brujas.
Así, más que evitar la entrada de influencias exteriores en un mundo ya globalizado (sería una tarea realmente costosa y con pocas probabilidades de éxito), la práctica solución de esos dos compañeros de piso me parece quizás la más acertada. Tolerar y respetar influencias del exterior, creo que es un signo de madurez social. Promover e impulsar todo aquello que durante siglos ha definido nuestras identidades locales entiendo que es una necesidad para que en un futuro no muy lejano los habitantes de este planeta no seamos todos clones uniformes con el mismo folklore y las mismas tradiciones impuestas por el poderoso de turno.
Èric Lluent, periodista y responsable de comunicación de Tradel Barcelona – Traductores Jurados y Técnicos
Deja una respuesta