El otro día, en un pase privado, vi la película El Enemigo del Pueblo (An Enemy of the People, 1978) dirigida por George Schaefer y protagonizada por Steve McQueen y Bibi Anderson, con guión de Alexander Jacobs y Arthur Miller, inspirado en Enfolkefiende de Henrik Ibsen. Film que se llegó a realizar gracias a la particular insistencia de Steve McQueen y que no llegó a proyectarse en los cines de España. Steve McQueen se había retirado del cine cuando descubrió dicha obra y le entusiasmó de tal modo que se encargó de la producción y de buscar al equipo completo que la llevaría al cine.
Antes de ver la película, sin saber absolutamente nada, mi subconsciente se había preparado para una especie de western político (sugestión de actor principal + título), pero para mi sorpresa me dejé atrapar a lo largo de noventa minutos por una obra de arte que trataba acerca de “la verdad”.
¿Y qué es la verdad? En este caso, para el personaje que encarna McQueen, médico de un pequeño pueblo con un balneario como principal fuente de riquezas, la verdad es comunicar al pueblo un repentino descubrimiento científico de vida o muerte: el agua del balneario, aquella que debería sanar, está contaminada y, en consecuencia, enferma y, a la larga, podría matar.
Pero para Thomas, el médico, comunicar esa verdad le costará casi la vida y se convertirá en enemigo del pueblo. Porque el sistema político y judicial (el juez y el médico son hermanos, enfrentamiento ideológico y de sangre) logrará manipular de tal modo las distintas voces de poder y comunicación, que conseguirá transmitir que el médico, con esas presuntas declaraciones, busca la ruina del pueblo. Lo que defiende Thomas a lo largo de toda la película es la integridad pura, una visión inquebrantable y una defensa de la verdad y la dignidad humana que van más allá de manipulaciones económicas o emocionales. El doctor Thomas no conoce el miedo, cree en la verdad por encima del miedo. Thomas es el amigo de la verdad, el verdadero amigo del hombre, aquel que se preocupa por la seguridad y la salud de las personas, que es honesto y se decide a dar la cara, comunicar un problema para buscar una solución. El juez, en cambio, prefiere hinchar la cabeza del “pueblo” para esconder un error que previamente han cometido, con tal de no caer en una quiebra inminente, sirviendo como culpable a su propio hermano y dejando en manos del destino la futura caída del reino en pos de las aguas infectas.
Tenemos la misma situación enfrentada desde la verdad y desde la mentira, a dos tipos de hombres; uno sujeto y enredado por las manipulaciones del sistema y otro que decide salirse de ellas, no ceder, ir más allá, sin importar las consecuencias.
También podría decir que la misma situación se enfrenta desde dos emociones: el amor y el miedo. El juez tiene miedo de perder el control del pueblo. El médico sabe que la verdad está en el agua, que simboliza fuente de vida y, paradójicamente, está muerta. Sería lo mismo que decir a unos familiares sobre un enfermo terminal: “No se preocupen, está bien, mañana le damos el alta”. Para alguien que está acostumbrado a tratar con verdades tan aplastantes como son la vida y la muerte, mentir sobre algo así sería, sencillamente, improcedente, por no decir ridículo.
Por eso me emocionó profundamente esta película, por la fortaleza del personaje, por la fortaleza del pueblo empujando en el sentido contrario; la fuerza de la verdad llevada por un solo hombre, haciendo frente a la necedad de una multitud en la que la clarividencia se disipa, desaparece.
Me hace pensar que a veces es más fácil creer o desear creer el discurso entero de un juez que tener el valor de escuchar una sola palabra verdadera.
Y es porque no siempre es fácil enfrentarse a la muerte, o a los cambios repentinos.
Y es porque no siempre es fácil dejarse querer o escuchar las palabras de los que nos quieren.
Anteayer, en el Centre Cívic Can Deu, en una presentación de un libro de Julio Rubio (Decimocuarto asalto), educador social madrileño especializado en niños con riesgo de exclusión, hubo una frase, entre muchas otras, que me pareció acertada, muy lúcida. Decía algo así como que “siempre hay algo por encima de la personas con las que nos relacionamos” y que al darse cuenta de eso decidió poner a la persona delante, dejando el resto de cosas como anexos de la persona. Decía que por encima de las personas siempre hay una profesión, un cargo, una serie de estructuras y presiones que les hacen actuar como actúan más allá del modo en que actuarían libremente como “personas”. Parecido al caso del juez y del doctor, pero a nivel más cotidiano, algo más próximo a la manera de acercarse a las personas que nos rodean independientemente de la función que desempeñen a nuestro alrededor. Un “hola” o un “¿cómo te encuentras?” más allá de toda esa telaraña de separaciones mentales o burocráticas. Un “estar presente” más allá del “estar ocupado en”. Un “estar dispuesto a querer” en el amplio sentido de la palabra. Pequeños gestos que nos hacen más “personas”, utilizando el mismo término del autor vinculado a ese concepto con el que me quedo: Las personas por delante. La verdad por delante.
Desde Tradel Barcelona – Traductores Jurados y Técnicos os deseo feliz semana de los muertos. La vida y la muerte, como casi todas las otras cosas, están separadas por una línea muy fina.
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By: Lenguajes, Octubre: El enemigo del pueblo, el amigo de la verdad. La vida o la muerte. - Ari Ann | Wire on diciembre 30, 2014
at 4:44 pm