Ninguna persona es sustituible por otra. Ningún lugar es sustituible por otro.
“Los lugares que una vez amamos existen sólo por nosotros”, dice el primer verso del poema Lugares que amamos* de Ivan V. Lalic.
Nos pasamos la vida asimilando muertes, pequeñas y grandes, colmando vacíos que ocuparon lugares y personas a las que amamos con otros lugares y con otras personas, jugando al escondite, a los espejos, a veces sin tener en cuenta que ninguna persona es sustituible por otra; que ningún lugar es sustituible por otro. La huella que dejaron todos ellos es real. Y debemos aprender de ello. Debemos respetar cada pared, cada centímetro de piel que amamos, porque queramos o no, ya forma parte de nosotros, ya es nosotros y nosotros somos ello. Es inevitable.
“¿Espacios destruidos? Sólo una ilusión en la constancia del tiempo. (…) Cuando marchas, el espacio se derrama como el agua tras de ti. No mires atrás; nada existe fuera de ti. (…) El espacio no es sino tiempo que adopta una forma nueva. (…) Habitamos superpuestos todos los lugares que una vez amamos.”, dice V. Lalic.
Foto: Cesc Elias
Todas estas personas y lugares forman parte de nuestro aprendizaje, de nuestro crecimiento evolutivo, ya que han ejercido consciente o inconscientemente transformaciones en nuestro cuerpo. Sería muy interesante que parte de nuestra educación primaria se dedicara a ayudarnos a respetar y valorar el espacio de las cosas y lugares que mueren, en vez de enseñarnos a esquivar desordenadamente la muerte. Así como ayudarnos a amar mejor aquello que amamos, para que siga vivo, para que florezca. Sería algo así como aprender a cuidar la vida y la muerte. Si fuésemos un poco más conscientes del proceso de vida y muerte de las cosas el paisaje cambiaría considerablemente.
Iríamos un poco más despacio, habría más flores, más árboles, más animales a nuestro alrededor, menos ruido, más música, menos cifras y más diálogo corporal. Sé que suena un poco a “País de las Maravillas”, pero a veces me alarma que perdamos cosas fundamentales. Que nos separemos. Que cortemos el hilo de las cosas que otorgan vida.
Foto: Ariadna Salvador
O que se pierdan lugares emblemáticos que han favorecido a nuestro día día estético, cultural y educacional y no se pueda hacer nada. Lugares como librerías, en las que hemos aprendido que abrir un libro es viajar hacia dentro del ser humano, a través de siglos y siglos y siglos. Lugares como cines, en los que familias enteras han crecido construyendo sueños y nuevas formas de vida enganchados a la retina de la pantalla. Lugares como galerías, bares, teatros que han acogido y difundido el arte de infinitos artistas que han dado su piel para hacer abrir los ojos de un público deseoso de sentir. Lugares que nos teletransportan en el tiempo, lugares construidos con amor, sabiduría, arte y dedicación; lugares bellos que hablan y se convierten en algo llamado “patrimonio”.
Todos estos lugares merecen ser conservados como joyas. Todos estos lugares nos muestran quiénes somos, nos acompañan y nos acogen en medio de un vendaval de impersonalidad.
Nada de esto tiene que ver con apostar por el pasado o apostar por el futuro. Tiene que ver con apostar por nosotros, todos los que habitamos en este planeta. Apostar por el detalle y por lo intangible, porque estamos hechos de un montón de cosas que no son cuantizables. Valorar lo que somos, entender lo que somos, conocer dónde estamos, cuidar la vida que tenemos, cuidar la muerte que tenemos e intentar no perder por el camino trozos de tierra que pueden salvarnos la vida, que pueden salvarnos el alma.
Lo invisible que nos cambia, es oro.
Desde Tradel Barcelona os deseo un 2015 lleno de sorpresas invisibles.
*Lugares que amamos
Los lugares que una vez amamos existen sólo por nosotros. ¿Espacios destruidos? Sólo una ilusión en la constancia del tiempo: los lugares que amamos no podemos abandonarlos, los lugares que amamos juntos, juntos, juntos…
Y esa habitación ¿es realmente una habitación o un abrazo? Tras la ventana ¿hay una calle o años? Y la ventana no es más que la huella dejada por la primera lluvia que entendimos, en uno de los innumerables retornos;
y este muro no define la habitación, tal vez la noche en que tu hijo comenzó a moverse en tu sangre dormida, un hijo como una mariposa de fuego en tu pasillo de espejos aquella noche en que tu propia luz te amedrentó…
Y esta puerta se abre a cualquier tarde que la sobreviva, habitada por siempre por tus movimientos casuales, mientras caminabas, como fuego en el cobre, cada vez más hondo en mi memoria;
cuando marchas, el espacio se derrama como el agua tras de ti. No mires atrás: nada existe fuera de ti. El espacio no es sino tiempo que adopta una forma nueva. Habitamos, superpuestos, todos los lugares que una vez amamos.
Ivan V. Lalic (1931-1996), Mapamundi (Poemas del siglo XX), Martín López-Vega, La Isla de Siltolá, Levante, 2014.
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By: Espacios de Transición. Agua. Eclipses. | Tradel Barcelona on marzo 27, 2015
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